martes, 21 de septiembre de 2010

El reino del delirio II


D. Manuel Azaña en un discurso en el Congreso de los Diputados con motivo de la discusión sobre el proyecto de Estatuto de Cataluña realizó la siguiente afirmación: “¿el siglo XVI, el siglo XVII, son grandes siglos españoles? ¿Éramos un pueblo importante, una monarquía fuerte? ¡Ah! ¿Sí? Pues no hay en el Estatuto de Cataluña tanto como tenían de fuero las regiones españolas sometidas a aquella monarquía”. En lo que se refiere a Euskadi, Azaña nada dijo, entre otras razones, porque su Estatuto fue aprobado en plena Guerra Civil, pero durante ella vizcaínos y guipuzcoanos se comportaron como si los franquistas fueran un ejército de ocupación, reaccionaron en bloque en su contra. No hubo distinción de clases sociales, y hasta el clero fue víctima de la represión.

Negar estos hechos es negar la historia, y si nos inventamos cuentos para ocultarlos lo que hacemos será delirar, comportarnos como psicóticos. En el fondo, el Estado Autonómico, producto de la Constitución de 1978, fue concebido por alguno de sus inspiradores para borrar la personalidad singular catalana y vasca, el denominado “café para todos”. Se pretendía que fuéramos iguales cuando no es así, lo que no es ningún desdoro. Qué me importa a mí, hijo, nieto y biznieto de andaluces emigrados, como consecuencia de la pobreza e injusticia social de nuestra tierra, que tengamos la misma posición jurídica que los catalanes. Mi historia posee tantos sueños como la de ellos, desde el pasado romano y musulmán a la participación en el descubrimiento de América.

No soy nacionalista porque un mínimo estudio serio de la historia me hace comprender que Andalucía ha participado siempre de la esencia española. ¿Qué más da que otras regiones lo puedan ser? Imitarlas, copiando por ejemplo preceptos enteros de su norma estatutaria para no ser menos, no sólo me parece ridículo, creo que, además, pone en peligro una ordenación racional de la vida estatal de nuestro país. Los españoles somos el producto de un gran fracaso histórico derivado de la inexistencia de una revolución burguesa que impusiese una jacobina centralización. El problema vasco y catalán no es más que su simple consecuencia.

Si a las alturas del siglo XXI, lo que pretendemos es volver al Antiguo Régimen recreando una Nación, no sólo adoptaremos una actitud bien pintoresca, impediremos el desarrollo de una política desde la racionalidad, y no desde los infantiles  juegos de buscar quién es más que quién. Vivimos en un mundo de cambio acelerado, y mejor sería reflexionar sobre sus incognitas que dedicarnos a medir al milímetro las competencias de unos y otros. Al fin y al cabo, no son más que una tonta, aunque peligrosa, ilusión.

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