martes, 13 de abril de 2010

Revolución moral

Desde el final del siglo XVIII Occidente ha vivido un proceso revolucionario político y social que parece haber concluido, a la manera marxista, en una síntesis entre las libertades formales del capitalismo y la sustancial igualdad del “socialismo real”. El Estado del Bienestar representaría ese “final de la historia” en el que el debate dejaría de existir por carencia de alternativas. Ya no habría nada que discutir, y la humanidad podría dedicarse a jugar, ni siquiera sería necesario ejercer la libertad, ¿para qué si todo está conseguido? A lo mejor es así, y en España al menos, la ideología habría desaparecido, nuestros políticos no tienen otro motivo de diferencia que la mayor corrupción de unos u otros. Es verdad que cabría advertir que el mundo no se reduce a nuestros confines.

Mientras tanto, sin estridencias ni ruido, se está imponiendo en forma que recuerda a los sistemas evolutivos darwinianos una revolución que tiene un carácter moral, y que está convirtiendo en eslabones extintos propios de una especie próxima a desaparecer a los ejemplares que se oponen a ella. Es cierto que no es sensato luchar contra las fuerzas de una naturaleza irresistible pero, por lo menos, podemos permitirnos el lujo de dudar. Es posible que tengan razón quienes denuncian el matiz sexista del cuento de Blancanieves puesto que la mujer no solamente sería igual en derechos y deberes, como preconizaban los ya achacosos ilustrados, sino también en sensibilidad y estructura cerebral. Pero si el papel tradicional de la feminidad tuviera sólo un carácter cultural, estaríamos en presencia de un fenómeno transformador de tal magnitud que merecería un interrogante, ¿o no?

Es indudable también que nadie en su sano juicio puede discutir la libertad de las distintas modalidades de unión sexual, a condición de que se acepte que la familia tradicional burguesa, la que hasta ahora hemos tenido, es puesta en cuestión. No es un simple problema teórico, repercutirá inmediatamente en la reproducción de la sociedad occidental, lo que no dejará de tener efectos frente a un universo, muy cercano, todavía subdesarrollado a nivel intelectual, que crece y crece indefinidamente. ¿Contemplarán impávidos nuestra debilidad demográfica? ¿Y la religión? Es muy probable que Dios no exista, que sea una mera ilusión, pero si la sociedad se acostumbra a vivir sin él, los mecanismos de responsabilidad colectiva cambiarán esencialmente. ¿No afectará a nuestros posibilidades de reacción frente al Islam?

Hubo un tiempo en el que Mona Ozouf pudo decir que la opinión pública se había convertido en la reina del mundo, lo que presuponía intercambio de ideas e información. Hoy día la única que queda es la frivolidad, no es necesario pensar. ¿Podrá mantenerse indefinidamente?

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