martes, 20 de abril de 2010

La política del cotilleo


Nuñez de Arce en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, en 1874, hablando de la Inquisición señaló que “en nombre de un Dios de paz, los tribunales de la fe pusieron la honra y la vida de los ciudadanos a merced de delaciones, muchas veces anónimas, inspiradas quizá por la ruin venganza y por la sórdida codicia”. Bastaría con sustituir la mención a Dios por la palabra transparencia o por las necesidades, tan exquisitamente correctas, de la opinión pública para reflejar con exactitud lo que está ocurriendo actualmente en España. La política de ideas ha desaparecido, sustituida por una cultura basada en la investigación policiaca de las conductas ajenas, la sospecha y la destrucción de la personalidad. Pero esto no es más que pura y simple carroña.

Aquí lo único que parece importar es la mayor o menos corrupción y bajeza de los adversarios, lo que interesaba a los inquisidores de otros tiempos. Y es que, cuando no se tienen proyectos ni la suficiente generosidad de espíritu para realizarlos, es muy fácil caer en la pura y simple ruindad. Si los socialistas parecen haber cogido a Jaume Matas ahora sale el tema Bono. A continuación, aparecerá otro sinvergüenza en las filas populares, y así sucesivamente. ¿No se dan cuenta de que la política es algo distinto a un confesionario o una sala de justicia? Los sacerdotes y los policías nunca han servido para gobernar a un país, salvo en los estados estalinistas o clericales. Si la vida pública se convierte en un estercolero, nadie con dignidad estará en ella.

Es verdad que actualmente lo único que cuentan son las masas, y que no es posible obtener un triunfo electoral sin su concurso pero sería absurdo pensar que tienen que comportarse siempre como si estuvieran en un patio de vecinos; la responsabilidad de que así ocurra dependerá de la actitud de quienes pretendan dirigirlas. Lo que pasa es quienes carecen de altura intelectual y no tienen grandeza de miras, ni la han tenido en su vida, se mueven mucho mejor en los bajos terrenos de la denuncia irresponsable, que permiten mantenerse cobardemente en la oscuridad. Las personalidades brillantes ofrecen proyectos, las que no la son se complacen en destruir la de los demás.

Cuando a mis dieciséis años, en un lejano 1968, ingresé en las Juventudes Comunistas, los camaradas de célula me advirtieron, en forma bien solemne, que me preparara “para tirarme al monte” cuando me ordenaran. Con la emoción, no me percaté que en todas las islas Canarias no existía más monte que el Teide, y la verdad pensar que allí pudiera organizarse una guerrilla no podía ser más que una ridícula ingenuidad. Lo que sí me dejaron claro es que dedicarse a la política no era ninguna tontería ni vulgaridad. Se equivocaron.

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